Hablar de lo que consideramos arte, de sus virtudes y defectos, siempre desata debates apasionantes. Algunos defienden el criterio de la mayoría, argumentando que el éxito popular es el mejor juez. Otros, en cambio, apuestan por la visión de una minoría apasionada, creyendo que la masa tiende a favorecer lo convencional y lo comercial. Pero, ¿cómo valoramos realmente una obra?
Existen enfoques que suman los méritos individuales: buenas actuaciones, fotografía impecable, guion sólido… Sin embargo, la historia del cine está repleta de películas de bajo presupuesto, incluso «cutres» en apariencia, que poseen una magia inexplicable, algo que las producciones más pulidas a menudo carecen. Son esas joyas inesperadas las que perduran en nuestra memoria, mientras que las cintas perfectas se desvanecen rápidamente.
En este contexto emerge Megalópolis, la más reciente creación de Francis Ford Coppola, que «solo» ha cosechado dos Premios Razzie. Y decimos «solo» porque, desde antes de su estreno, el rumor de que se trataba de un fracaso absoluto ya se había extendido como la pólvora. Es innegable que Coppola lleva años alejado del éxito comercial, aunque su pasión por el cine nunca ha disminuido. La pérdida de su esposa, un pilar fundamental en su vida, lo sumió en un estado de incertidumbre. Ante la imposibilidad de conseguir financiación de los grandes estudios, Coppola arriesgó su propio patrimonio para dar vida a una historia que necesitaba contar, un homenaje póstumo a su compañera.
Para los admiradores de *Apocalypse Now*, el documental sobre su realización, dirigido por la esposa de Coppola, Eleanor, es considerado por muchos como una obra maestra superior incluso a la película original. *Apocalypse Now* es un verdadero milagro cinematográfico, no solo por su calidad indiscutible, sino también porque estuvo a punto de convertirse en un desastre absoluto, a pesar del talento y la visión de su director. Su éxito, a pesar de las dificultades y los múltiples montajes, es una proeza. Ahora, sin Eleanor a su lado, Coppola parece enfrentarse a un desafío similar con *Megalópolis*, aunque, aparentemente, con resultados menos favorables.
Aunque es prematuro emitir un juicio definitivo, la versión de *Megalópolis* que hemos visto hasta ahora presenta una narrativa confusa y un universo visualmente impactante, aunque también caótico. Las actuaciones son dispares y los diálogos oscilan entre la filosofía profunda y la poesía infantil, creando una experiencia desconcertante. Y todo esto sin mencionar las acusaciones de conducta inapropiada contra Coppola durante el rodaje, denunciadas por algunas extras.
A pesar de todo, para aquellos que se abstuvieron de verla en cines, *Megalópolis* llega a Movistar Plus+ este 18 de mayo. Nos corresponde ahora iniciar una defensa de esta película imperfecta, repleta de errores, pero rebosante de vida, pasión y, sobre todo, de cine. Al igual que ocurrió con *Showgirls*, una cinta plagada de momentos ridículos y exagerados, no sería sorprendente que *Megalópolis* recibiera homenajes y reivindicaciones en las próximas décadas. La película nos transporta a un mundo futurista y romano a la vez, sumergiéndonos en la aventura de un artista megalómano, egocéntrico y con tendencias dictatoriales. Traiciones, encuentros sexuales y maquinaciones políticas se entrelazan en una trama que, en realidad, importa poco. Megalópolis es una propuesta audaz, que desafía el ridículo y busca ofrecer algo genuinamente nuevo.
En un mundo cada vez más dominado por la productividad, las estadísticas y las opiniones en redes sociales, donde las reacciones masivas dictan el éxito o el fracaso, resulta estimulante presenciar una película de esta envergadura caminando al borde del precipicio, como solo las producciones independientes y de bajo presupuesto se atreven a hacer. Pero incluso estas últimas suelen verse obligadas a ceder ante las convenciones para obtener financiación o acceder a festivales. *Megalópolis* se lanza al abismo, tropieza, cae y vuelve a invertir de su propio bolsillo para enfrentarse a un nuevo desafío. Es una obra única, extraña y valiente, cualidades que no la hacen necesariamente buena o mala, pero sí innegablemente valiosa.
En resumen, la última película de Francis Ford Coppola es, sin duda, una de esas obras que puede suspender en cada uno de los aspectos que analicemos, pero que posee algo especial que la hace inolvidable. Y no, no se trata solo de lo mala que es o de lo mal que lo pasamos viéndola. Con un poco de humor, podemos imaginar que *Megalópolis* compartirá con *The Room* un buen número de seguidores que la disfrutan irónicamente. Pero más allá de este tipo de espectador, perfectamente válido, es innegable que Megalópolis es un grito desvergonzado y brutal a favor del cine, del cine americano, del cine de Hollywood, como arte. No como mero entretenimiento, ni como industria, ni como contenido, sino como arte puro.
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