La figura de Georgia O’Keeffe, una de las artistas estadounidenses más relevantes del siglo XX, sigue inspirando nuevas formas de explorar su legado. En 2021, el Museo Thyssen le dedicó su primera retrospectiva en España, marcando un hito en el reconocimiento de su obra en nuestro país.
Ahora, una nueva perspectiva emerge: una biografía en formato cómic, elaborada por la talentosa María Herreros. Esta propuesta original ofrece una mirada íntima y accesible a la vida y trayectoria de O’Keeffe.
O’Keeffe, nacida en Wisconsin, se alzó como una voz singular dentro de la vanguardia pictórica del siglo XX. Su estilo, profundamente americano, se distingue de las corrientes europeas, especialmente de la escuela parisina. Supo construir un camino propio, erigiéndose como un referente de la modernidad estadounidense.

Georgia O’Keeffe (1887-1986) es considerada una de las máximas representantes del arte norteamericano del siglo XX. Pionera de la abstracción, famosa por sus pinturas de flores gigantes, rascacielos de Nueva York y paisajes del remoto Nuevo México, fue encumbrada como la “madre del arte moderno estadounidense”…
Los inicios de O’Keeffe estuvieron ligados al Art Nouveau y al movimiento Arts and Crafts, muy arraigados en la sociedad estadounidense de principios del siglo XX. Su formación en instituciones como el Art Institute of Chicago, donde estudió Diseño Decorativo, la expuso a estas influyentes corrientes estéticas. Sin embargo, su curiosidad y avidez por conocer el arte de su tiempo la llevaron a explorar tanto el panorama americano como el europeo.
Sus primeras obras, carboncillos abstractos de volutas y espirales, llamaron la atención de Alfred Stieglitz. Estos trabajos, aunque influenciados por el Art Nouveau y las vanguardias europeas, ya mostraban una originalidad propia, marcando distancia de las tendencias parisinas. La ausencia de color en estas piezas tempranas enfocaba la atención en el dibujo, obligándola a dominar el trazo, la forma y el modelado de luces y sombras. Esta etapa formativa dejó una huella imborrable en su obra posterior, especialmente en su habilidad para el dibujo.
El Museo Thyssen-Bornemisza, en colaboración con Astiberri Ediciones, encargó a María Herreros una biografía en cómic de O’Keeffe como complemento a la exposición retrospectiva. Este proyecto implicó una profunda inmersión en la obra de la pintora, y en ese proceso, Herreros quedó fascinada por sus primeros dibujos. Estos trabajos evocaron su propia adolescencia, cuando dibujaba incansablemente, y la hicieron apreciar la maestría del trazo de O’Keeffe.
Herreros decidió que su biografía también se contaría a través del dibujo, creando un relato visual en blanco y negro, realizado a lápiz, al que posteriormente añadió color mediante técnicas digitales. Este enfoque resalta la importancia del dibujo como elemento central en la obra de O’Keeffe. Lo más interesante es que O’Keeffe, a través del Thyssen, volvió a influenciar a una joven artista.
El encuentro con Stieglitz, propiciado por su amiga Anita Politzer, fue crucial en la vida de O’Keeffe. Herreros captura este momento en su cómic, dibujando al galerista y fotógrafo con ojos inmensos y fascinados, revelando la admiración que sintió al contemplar sus carboncillos. Stieglitz se convirtió en su marchante, mentor, amante y, finalmente, marido, introduciéndola en el círculo de la modernidad americana, donde conoció a artistas como Charles Demuth, Arthur Dove y Edward Steichen.
Stieglitz impulsó su carrera, organizando exposiciones de su obra y animándola a pintar al óleo. Además, la convirtió en protagonista de sus fotografías, retratándola en múltiples ocasiones, a menudo desnuda. Estas imágenes, aunque escandalosas para la época, atrajeron la atención del público y consolidaron su fama. No obstante, O’Keeffe pronto demostró su independencia y talento, buscando su propio camino como artista. La historietista utiliza la escala para ilustrar este crecimiento, mostrando cómo O’Keeffe se hace más grande mientras Stieglitz se empequeñece.
Con el tiempo, sus caminos se separaron. Stieglitz prefería la vida urbana, mientras que O’Keeffe anhelaba la soledad de la naturaleza. A partir de 1929, pasó largas temporadas en Nuevo México, donde encontró su inspiración en el paisaje desértico. A pesar de la distancia, nunca abandonó a Stieglitz, cuidando de él hasta su muerte y organizando su legado. Herreros dibuja a un anciano Stieglitz rodeado de la misma aura dorada que impregnaba los primeros dibujos de O’Keeffe, simbolizando la profunda conexión que siempre existió entre ellos.
En Nueva York, O’Keeffe se sintió atraída por los rascacielos, símbolos de la modernidad. Sin embargo, su método de conocimiento implicaba sumergirse en el entorno caminando y explorando. Sus lienzos urbanos muestran imponentes edificios que se elevan hacia cielos nocturnos, donde la naturaleza, representada por la luna y las nubes, emerge como algo más poderoso que la civilización. O’Keeffe contrapone la inmensidad del cielo a las estructuras de hierro y hormigón, resaltando el triunfo de la naturaleza incluso en el corazón de la metrópoli.
En 1929, O’Keeffe visitó Taos, Nuevo México, y se enamoró del paisaje. Aprendió a conducir para tener la libertad de explorar el Ghost Ranch, donde pasaba los veranos, y Abiquiú, donde compró una casa estudio tras la muerte de Stieglitz. En este paisaje árido, creó algunas de sus mejores obras, inspirada por el arte indígena navajo y la belleza agreste. «Lo inexplicable de la naturaleza es que me hace sentir que el mundo es inabarcable«, afirmó.
Los cielos de Nuevo México impresionaron profundamente a O’Keeffe, quien los recreó desde una perspectiva moderna, evocando la inmensidad y el horizonte infinito. Las montañas también se convirtieron en un tema recurrente en su obra, como Black Mesa y el Cerro Pedernal. Encontró en ellas la inspiración que otros artistas hallaron en La Montaña Sainte-Victorie de Cézanne. O’Keeffe aplicó a sus pinturas de formaciones rocosas y arroyos la misma sensibilidad que a sus cuadros de flores, demostrando su maestría en la pintura a escala.
O’Keeffe poseía una mirada única, capaz de encontrar lo extraordinario en lo cotidiano. Objetos como conchas, piedras y huesos se convirtieron en iconos de la pintura americana. «No copio las cosas enteras, sino fragmentos, porque pinto lo que me parece importante o me hace sentir emociones dentro del todo«, explicó.
La biografía en cómic de María Herreros captura la esencia de O’Keeffe a través de una narrativa fragmentada, con primeros planos y detalles de objetos cotidianos que invitan al lector a sumergirse en su universo personal. Este cómic es una excelente guía para conocer el corazón de la artista americana y prepararse para la experiencia de contemplar su obra en el Museo Thyssen-Bornemisza.
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