Para quienes ya peinamos canas, es imposible ignorar cómo han cambiado nuestras ciudades en las últimas décadas. Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Málaga… todas conservan una esencia única, pero han experimentado transformaciones profundas.
En mi caso, recuerdo un Madrid muy diferente al actual. Desde mis primeras visitas a finales de los 80 hasta mi residencia permanente desde 1999, la capital ha mutado ante mis ojos. Pequeños comercios y lugares emblemáticos han ido desapareciendo, dejando un vacío nostálgico en quienes vivimos nuestra juventud entre sus calles.
Quizás recuerdes la Gran Vía madrileña repleta de tiendas como Madrid Rock o Melocotón, donde gastabas tus ahorros en vinilos y CDs. O las salas como Canciller, donde disfrutabas de tus bandas favoritas en directo. O los cines del centro, que proyectaban los últimos estrenos de Hollywood. Lamentablemente, todo eso es historia.
Llevo 26 años en Madrid y me considero un madrileño más. Sin embargo, siento la ausencia de aquellos lugares. Tal vez sea la nostalgia de la juventud o el desencanto con el presente, pero ahora visito poco el centro y, cuando lo hago, no me quedo mucho tiempo. El turismo masificado y la gentrificación han transformado radicalmente el paisaje urbano.
El actor Quim Gutiérrez, barcelonés de nacimiento, comparte esta misma sensación. En una reciente entrevista, Gutiérrez, junto a otros ilustres barceloneses como Rigoberta Bandini y Albert Pla, constató que la situación en la ciudad condal es similar. «Sí, también. París, sin embargo, ha protegido a los pequeños comercios y a los antiguos», comentó.
Gutiérrez enfatizó la necesidad de tomar medidas para preservar la identidad de las ciudades. «Si no, al final las ciudades se parecen las unas a las otras con sus Starbucks y Massimo Dutti. Eso es nefasto para la imagen, la identidad cultural y la pluralidad«. La homogenización urbana es un peligro real que amenaza la autenticidad de nuestros espacios vitales.
Aunque actualmente reside en Madrid, Quim echa de menos aspectos de su Barcelona natal. «El mar, y eso que no iba tanto. No es el mar por el hecho de bañarse, pero sí todo lo que tiene que ver con el mar: atempera el clima, genera una bruma que crea unos efectos de luz característicos, permite un terraceo con brisa… aunque me he acostumbrado muy bien a la ausencia de humedad». La influencia del Mediterráneo es innegable.
Más allá de la geografía, Gutiérrez valora las relaciones personales que dejó en Barcelona. «Pero lo que más echo en falta son las relaciones personales: mi familia y uno de mis amigos más importantes viven allí. Yo, que soy de pocos amigos de verdad, pues a veces me cuesta estar lejos». Los lazos afectivos son un ancla fundamental para nuestra identidad.
Al recordar la Barcelona de su infancia, Quim evoca «sensaciones soleadas, cómodas y ligadas a mi infancia». Rememora su barrio de Vallcarca, cerca de la Collserola, donde iba al colegio andando. «También recuerdo que donde vivía había muchos portales donde esconderse y yo me escondía mucho [risas]. Los primeros juegos de ficción fueron en esos portales…». La infancia moldea nuestra percepción de la ciudad.
Su adolescencia, como la de muchos, marcó un punto de inflexión. «Entonces la ciudad se me abrió, cambié el colegio por el Instituto Montserrat… Con esa edad, trece o catorce años, empecé a salir por el barrio con los compañeros. En esos años no tenía nada con qué comparar Barcelona, pero me parecía una ciudad accesible, cómoda, segura…». La seguridad y la accesibilidad son cruciales para el disfrute de la ciudad.
Para finalizar, Quim compartió un recuerdo especial: «No es un recuerdo romántico, sino el sitio donde me tomaba las primeras cervezas con mis colegas. Se llamaba Si De Pas, ya está cerrado. Quedábamos en la estación de metro de Fontana e íbamos andando por el barrio de Gràcia…». Como muchos, lamenta el cierre de lugares emblemáticos que marcaron su juventud. Estos espacios son testigos de nuestra historia personal y colectiva.
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